
Un medico llego a visitarme y revisar mi estado de salud. Me pidió que me confesara para sí estar libre de cualquier pecado. Escuche la mala noticia de que me quedaban pocos días de vida. Fue como si una lanza atravesara mi pecho. Sentí frio y temor algo que los caballeros como yo no suelen sentir muy a menudo. Volví a mi cordura, critique fuertemente el libro de Avellaneda. Lo último que recuerdo haber dicho fue unas palabras a mi sobrina. “Por favor no te cases con un hombre que conozca las novelas de Caballería, ya que estas te llevaran a la locura.”