
¿Hay algo más satisfactorio que ser querido y amado? Pues creo que no, esas dos cosas pueden ser las cosas que más feliz me hacen en esta vida. Y hoy no fue la excepción de que alguien me hiciera feliz. Como me pasa a menudo, alguien me elogio por X o Y razón. Por supuesto que esas razones son razones importantes, son actos que tienen un gran grado de dificultad. Soy humilde, ya lo he dicho varias veces. Y por esa misma humildad tengo que ser lo bastante honesto para decir que no cualquiera puede lograr elogiar a tanta gente como lo hago yo. Los que me conocen bien saben que tengo mi experiencia, la calle me lo ha dado, y con mayor razón lo tengo que poner en práctica. Voy a aventarme y jugar de filósofo, algo que no soy. Siento que para ser elogiado se ocupan buenas acciones. Y esas buenas acciones se hicieron presentes con mi presencia valga la redundancia. Hoy en la boda, esa boda que me trae tan gratos y hermosos recuerdos, tuve que defender a los nuevos esposos. Pase algunos días con Basilio, que con pocas horas de conocerlo puedo decir con toda seguridad que lo veo como un amigo. Me agrada de verdad ese chico, y para demostrar esto les puedo decir que converse sobre temas que en verdad me llegan. Y conste que no lo hablo con cualquiera. Hablamos de la pobreza, que cada vez que pienso en ella me duele en lo más profundo de mi corazón. Como caballero que soy, no me gusta para nada la gente pobre, y para que decir la gente que no es honrada. Eso me pone la sangre a hervir. Si hay algo que uno debe ser en la vida es horado y honesto. Y como iba a dejar de lado el tema de las mujeres. ¡Hay como me gustan las mujeres! ¿Qué seriamos nosotros los hombres sin ellas? ¡Que vivan las mujeres y que vivan para siempre! Quería visitar Montesino, y un estudiante se ofreció a acompañarme. Que afortunado es ese chico. Me dijo que le gustaban los libros de caballería, y estaba a punto de ir a una aventura con uno de ellos. Y no uno cualquiera uno de verdad. Baje a esa cueva, solo y con toda la actitud del mundo. Las cosas que me pasaron allí abajor, no las vieron de Sancho ni el estudiante. Pero lastimosamente no se los puedo contar, porque un caballero nunca tiene memoria.
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