
Cuando nos fuimos de esa hermosa cueva. Hermosa en todo el sentido de la palabra, claro que Dulcinea influyo en esta descripción, pero en si la cueva era esplendida. Yo no quería ni irme. Quería quedarme y morir en esa cueva, claro junto a mi Dulcinea. Daria lo que fuera por poder ser enterrado junto a la mujer que amo. Nos fuimos, pero mi mente seguía en todo el cuerpo, ojos, pelo, labios y toda pequeña parte de Dulcinea. Tampoco les voy a dar mucho detalle se ella, porque sé que muchos de los que están leyendo esto se pueden aprovechar y darse ideas en la cabeza, que para mi gusto no comparto para nada. Salimos, yo aun en la cueva, pero fuera de ella, y aparece un hombre con lanzas. Y un hombre con lanzas me dijo algo que nunca esperaría. Me dijo que en una venta me podían decir mi destino. Me gusta eso del destino, porque creo en el. Y muchas veces me he visto beneficiado a causa de este. Pero el destino me da un poco de miedo. Siento que puedo deprimirme o perder muchas cosas que creo tener. Como es el caso de Dulcinea. Si el destino no la quiere para mí nunca la tendré, pero en este momento estoy casi seguro que ella está profundamente enamorada de mi persona pero no quiere dar el brazo a torcer. Cuando tenía esa lluvia de ideas, que me causan gran confusión tuve que liberarme hablando mal de los caballos viejos. Me disculpo con todo caballo que leyó esto, perdón, perdón, de todo corazón. Pero entiéndanme que estaba en un momento donde mi cabeza y mi lengua estaban en desunión. Hoy pasamos la noche en un castillo. Si, aunque no lo crear, estaba tan confundido por lo que paso hoy que preferí dormir en una venta que en un castillo a los que siempre acostumbro dormir. Pero como dije antes, esto refleja lo que hace el amor.