domingo, 13 de junio de 2010

Capitulo 30


Pensé que ya habían olvidado lo de los galeotes. Pero no fue así, Sancho tuvo que abrir su bocota y confesar que fui yo el que había liberado a esos ladrones. Me sentí minúsculo en ese momento, deseaba volverme invisible o simplemente hacer un hueco meterme y volverlo a cerrar, así no tendría que dar ninguna declaración. Todos me volvieron a ver con una cara de que me querían matar en ese momento. Dude unos segundos procesando mi respuesta en la cabeza, debido a que no tenía previsto esa imbecilidad de Sancho. Lo que dije fue que mi misión como caballero era ayudar a los desgraciados y no descubrir si sus penas eran verdaderas o falsas. Justo cuando termine de decir mi respuesta me di cuenta que mi nerviosismo había ocultado mi gran enojo. Me di cuenta que estaba temblando de la rabia. Dorotea seguramente se dio cuenta de mi gran molestia hacia Sancho, me empezó a contar una historia de una tal princesa llamada Micomicona. Estaba un tanto interesante, me concentre en escucharla y me clame por completo de mi enojo. La historia contaba que un gigante llamado Pandafilando le pediría matrimonio a la princesa, pero como esta no se quería casar con el gigante partió a buscar a un caballero que la salvara del gigante y que también se casara con ella. Al oír esa historia me emociono muchísimo. Me di cuenta que tenía un reino al que mandar. Se lo dije a Sancho, ya no estaba enfadado con él, que yo sería ese caballero que la salvaría. También estaba claro que solo me encargaría de cortarle la cabeza al gigante en ningún momento casarme con ella, debido a mi gran amor hacia Dulcinea. Y así se lo dije a Sancho, creo que fue un gran error, porque inmediatamente comenzó a decir que Dulcinea no me merecía. Casi exploto cuando escuche esas palabras salir de la boca de Sancho. Era un gran irrespeto hacia mí decir que Dulcinea no me merecía, el mismo sabía cuánto la amaba y cuanto la deseaba. Solo por el simple hecho de que, como buen caballero que soy lo único que quería hacer era salvar a la princesa. Cuando ya se clamaron un poco los ánimos vimos a lo lejos a un hombre montado en el asno de Sancho. Sancho lo reconoció de inmediato por su torpeza al correr. Cuando el hombre se percato que Sancho le estaba gritando soltó el burro y escapo. Sancho fue por su burro y cuando lo tenía en su posesión, lo empezó a besar como si fuera una mujer que amara. No olvide la promesa de regalarle tres burros, se lo comunique y se puso aun más contento. Le comente a Sancho que le iba a contar absolutamente todo lo que había pasado en el viaje que tuve hacia la casa de Dulcinea, y que esta se iba a poner muy contenta al oír todo lo sucedido.

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